martes, 24 de junio de 2008

¿Somos infelices los abogados?

Curioseando un poco por la Red me encuentro en un blog jurídico argentino un artículo encabezado con un título inquietante "¿Por qué somos infelices los abogados?", en el que se contienen una serie de reflexiones bastante interesantes que nos pueden servir para comenzar a funcionar con este humilde blog "de provincias".


El artículo original ("Why the lawyers are unhappy?") se publicó en 2001 en el Cardozo Law Review, que normalmente se ocupa de temas de teoría del derecho y cuestiones técnicas de la jurisprudencia norteamericana. Allí se recoge la preocupación expresada en “Colegios” locales (Bar Associations) de los Estados Unidos sobre el aumento en los trastornos depresivos u obsesivo-compulsivos cuyas causas aparecen relacionadas con el ejercicio profesional. De hecho, se comprobó que los abogados norteamericanos registran una tasa de incidencia muy superior (3,6 veces) a la media en estas enfermedades. Y se supone que esos casos críticos, que computan para la estadística, son plausiblemente reveladores de una importante cifra oculta que se traduce en un stress agudo, desmejoramiento de la calidad de vida, crisis vocacionales y sentimientos de frustración. Indicios laterales de ello se encuentran en que la profesión tiene también tasas más elevadas de enfermedades cardíacas y de divorcios que el común de la población.

Los autores del artículo original plantearon tres hipótesis para explicar el fenómeno:

1) En primer lugar, el pesimismo. Así como el emprendedor empresario es un optimista (y ese rasgo de personalidad es para él una ventaja comparativa), el abogado tiende hacia el pesimismo. Estudiar Derecho presupone y refuerza el pesimismo, puesto que la misma norma que es el objeto de estudio se formula sobre la suposición de que los hombres dañarán a otros, que los contratos no se cumplirán, que el poder tenderá a oprimir las libertades individuales. En muchos casos los abogados más dotados son los que mejor capacidad tienen para entrever todos los hechos negativos que podrían suscitarse en el futuro, y calcular sus efectos para aconsejar a su cliente. Pero esto también trae costos personales en la medida en que marca un patrón de comportamiento que se transmite a la vida personal, haciéndolos más susceptibles a los patrones de riesgo depresivo. Para los abogados, el pesimismo es virtuoso en su profesión pero potencialmente ruinoso para su carácter.

2) En segundo lugar, el abogado no sólo trabaja “bajo presión”, sino que lo hace acotado por un estrecho margen de maniobra. A diferencia de otras profesiones, básicamente se convierte en un mandatario de los deseos del cliente sin un gran margen de negociación, sin posibilidad de explorar soluciones alternativas para resolver el conflicto. Los autores del artículo señalaron que esto es particularmente cierto en los abogados noveles que trabajan en los niveles más bajos de estructuras jerárquicas (corporativas o estatales). Pero también puede ser aplicable el principio al abogado litigante ya que si adopta una actitud conciliatoria corre el riesgo de ser criticado por su cliente como “blando”, “ignorante” o “vendido”.

3) En tercer lugar, el litigio es un juego de “suma cero”. Llegados al juzgado, no es frecuente encontrar soluciones compositivas en las que las dos partes puedan ganar algo. Si uno gana, el otro pierde. La educación formal e informal del abogado toma nota de este hecho y premoldea un litigante agresivo y competitivo, no cooperativo. Bajo este modelo, y suponiendo una tasa de éxito equiprobable, el abogado se sentirá insatisfecho el 50 % de las veces.

¿Por qué es todo esto tan importante? Si bien a algunos les gusta trabajar ocasionalmente bajo presión, a largo plazo se genera un empobrecimiento en la calidad del servicio que se está dando a los clientes, apatía o sobrerreacción emocional, y “acostumbramiento al riesgo” (como trabajar sobre el límite de los plazos). También puede quitar tiempo al perfeccionamiento profesional, con lo cual se estará trabajando con un corpus de conocimientos obsoleto.

De todas formas, lo anterior parece que se centra exclusivamente en lo aspectos más negativos del ejercicio profesional. Sin embargo, también habrá cosas positivas ¿no?. Por eso, hemos cambiado el título del artículo. No se trata de explicar ¿Por qué somos infelices los abogados?, dándolo por hecho, sino en reflexionar juntos y contestar a la siguiente cuestión: "¿Somos infelices los abogados?

1 comentario:

  1. Pues la verdad, a bote pronto, es que no sé si los abogados somos o no infelices; y si ese grado de infelidad es mayor o menor al de otras profesiones.
    La verdad es que nunca me lo he planteado en esos términos, pero prometo reflexionar mas profundamente al respecto.
    Pero desde luego, el abogado, en algún momento de su vida profesional, ha pensando para sí, e incluso para sus allegados: "Estoy hasta las c......." o "lo voy a mandar todo al car....".
    Desde luego tales exclamaciones son manifestación evidente de una situación temporal de infelicidad, pero teniendo en cuenta que la felicidad/infelicidad como situación permanente e inmutable no existe, ¿para qué perdemos el tiempo haciéndonos esas preguntas?

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